jueves, 25 de febrero de 2010

Subway, the film.

No me gusta la gente. Es un hecho del que soy consciente desde bien pequeño. Pero hay algo que entra en contradicción con esto. Me encanta viajar en metro. No me gusta la gente, pero encuentro fascinante observar a las personas, y no hay mejor sitio que el metro, donde en hora punta se concentra un gran número de ellas.

Siempre llevo música o un libro para pasar el rato, pero dedico más tiempo a mirar a todos los que me rodean he invento historias y personalidades para cada uno de ellos. Allí me encuentro a la que se enfrenta a un niñato gilipollas, que se cuela en el metro empujándola (que va vestido igual que su novia, por cierto) y lo denuncia a un vigilante, olé sus ovarios! estoy con ella. También está la anoréxica con aires de modelo que se retuerce nerviosamente los dedos de la mano. La divina que se ha levantado 2 horas antes para maquillarse, peinarse y gasearte con su caro perfume. El padre de familia en los 50, al que su mujer le compra la ropa y viste y se peina demasiado moderno para su incipiente calvicie y su tensa barriga. Al que tiene pintas de cura, vestido todo en gris oscuro casi negro con gafas de los 70. Cerca está el que lleva las gafas tan sucias que es un milagro que se desenvuelva con facilidad entre el gentío. La sudamericana amargada que piensa en el duro día de trabajo que le espera cuidando a esa ancianita que tanto detesta. A la que me observa mientras miro a todo el mundo con una media sonrisa en el rostro. Se sienta junto a mi el que aprovecha el trayecto para repasar las facturas caseras y entra corriendo el que siempre llega tarde al trabajo.

Disfruto cada viaje como si de una película se tratase, y al salir del túnel a al luz del día tengo la misma sensación que cuando salgo de un cine. Intento retener todo lo que he visto, pero son demasiadas vidas e historias para un solo cerebro.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Esos golfos vividores

Llevo unos cuantos días en los que no paro de ver comentarios en foros y medios de comunicación digitales sobre lo mucho que ganamos los músicos y lo poco que trabajamos. Y hay cosas que no me pueden hinchar más los cojones.

Para los grupos pequeños la posibilidad de tocar en directo cada vez es más reducida, menos salas y alquileres astronómicos. No es que se gane poco dinero, es que en muchas ocasiones se pierde. Y de las grabaciones autofinanciadas ya ni hablamos. Hay una gran parte de la sociedad que creen que la música son esos cuatro grupos o solistas que salen en los 40 criminales, pero existe una gran mayoría de músicos que malviven o han (hemos) de dedicarnos a otra cosa porque es imposible vivir de la música en este país.

La gran mayoría no piensa que la música sea un trabajo digno, muchos piensan que somos unos golfos, cuando no se puede estar más lejos de la realidad. Después de nuestra jornada de trabajo dedicamos incontables horas en ensayos, grabaciones y desplazamientos agotadores a conciertos. Eso sin contar el dinero que invertimos, a fondo perdido en la mayoría de ocasiones. En definitiva, falta cultura musical, y los políticos están más por la labor de proteger a ciertos círculos económicos que el de fomentar la cultura de este país.

Aquí se encumbra a un mono con micrófono que se toca los cojones, todos les ríen las gracias, bufón del reino durante unos días, pero deberían de pensar seriamente lo mucho que a todos nos empobrecen...culturalmente.

martes, 23 de febrero de 2010

El oido y el olfato

Dicen que el olfato es el sentido con más capacidad de recordarnos momentos de nuestra vida. Y estoy de acuerdo, en más de una ocasión un perfume, un olor en particular ha disparado flashes de recuerdos en mi cerebro que de otra manera no hubiesen sido posibles. Creo que los olores (y yo me considero muy "olfativo") son capaces de transportarnos a momentos concretos, situaciones que ni imágenes ni palabras pueden hacer.

No obstante, me sucede algo similar con la música. Hoy he descubierto (no sin cierto retraso) que un grupo muy especial en mi vida ya no existe. Curiosamente ayer mismo estaba en casa dando saltos y tocando al ritmo de una canción suya. Su música ha sido la banda sonora de un periodo de mi vida, donde los momentos y dulces se combinaban a partes iguales. Así que si mientras ayer saltaba de excitación, hoy siento cierta angustia mientras escucho sus canciones...aunque pensándolo bien no por nada del pasado, porque esas canciones se han quedado un poco huerfanas.

Escuchando: Catholic scars and candy bars.

lunes, 22 de febrero de 2010

¿Y esto para qué?

Hace un tiempo tuve un blog. Era mi vía de escape, era una especie de diario on-line que me permitía decir todo aquello que me pasaba, tanto por la cabeza como en la vida. No tengo muy claro si el hecho de escribirlo fue bueno o malo. Gracias a él conocí a personas que de una u otra manera aún están en mi mida, quiero creer que lo están. A veces pienso que el blog también fue la causa de los muchos quebraderos de cabeza que provocaron el cierre del mismo.

Antes de comenzar a escribir estas líneas, he dado una vuelta por la red, por si alguno de los antiguos blogs que visitaba aún existen y prácticamente todos han desaparecido. Aún así, he encontrado uno, cuya última entrada era de 2007 y toda la historia a vuelto de nuevo a mi cabeza.

Recuerdo que cuando se produjeron los atentados de Madrid, supe por ese blog que su escritora había estado en la estación de atocha y sufrió el atentado en primera persona. A raíz de contar su experiencia en el blog, un lector comenzó a escribirla, a modo de apoyo. Esto lo sé porque también le pasó a otra amiga de Madrid. Finalmente este lector pasó a ser algo más. Con el tiempo me distancié del blog, pero de tanto en tanto a veces volvía a curiosear entre las nuevas entradas, con el tiempo vi que esa relación había acabado en matrimonio y que esperaban un bebé.

Hoy descubro con angustia, en esa última entrada que he leído, que perdió el bebé y de nuevo vuelvo a pensar que la realidad, supera con creces a cualquier melodrama que nos quieran vender desde Hollywood.

No sé que escribiré a partir de hoy, ni con qué frecuencia. Pero esto es un principio y puede que no un final.